El Palacio del Deseo en Marte: Erotismo, Neón y Fantasía Vintage (Capítulo 1)
Cuando la fantasía y el comercio se funden bajo el neón marciano
Estamos en 2078, en los viejos depósitos de Marte, donde la noche nunca es silenciosa y las fronteras del deseo se redibujan cada hora. El protagonista, errante y curioso, descubre que bajo la arena roja existe un universo oculto: el Palacio del Amor, una zona roja sideral donde los sentidos y la fantasía son moneda de cambio. Luces de neón, fragancias alienígenas y música hipnótica invitan a perderse. Es el inicio de una serie donde la frontera entre humano y alienígena, identidad y deseo, está siempre en revisión.
El sótano de las luces prohibidas
Todo empieza como empiezan las mejores historias: con un rumor y una puerta entreabierta. No era la primera vez que me colaba en un depósito abandonado buscando chatarra de los viejos colonos. Pero aquella noche, en Marte, sentí algo distinto. Quizá fue la electricidad en el aire. O el reflejo imposible de un neón rosa, parpadeando donde no debería haber energía.
Dicen que bajo el polvo marciano solo hay tuberías oxidadas y promesas rotas. Mienten. Lo que encontré fue un palacio de excesos y de juegos prohibidos, como si un pedazo de los barrios bajos de la Tierra hubiese cruzado el vacío interplanetario.
La entrada estaba camuflada tras una compuerta abollada. Bastó un empujón para que el aire, perfumado y cálido, me envolviera. “El deseo aquí tiene aroma de cosas que no existen en el sistema solar”, pensé mientras descendía por una escalera en espiral iluminada por corazones de neón y figuras danzantes proyectadas en el aire.
Un jardín de cuerpos y especies
Me encontré de golpe con una sala imposible. La atmósfera tenía esa densidad de los sueños húmedos: vapor con olor a frutas desconocidas, sábanas colgando del techo, almohadas que se movían solas y música grave que se sentía en la columna vertebral más que en los oídos. Todo bañado en luces neón, azules y fucsias, como un cabaret que olvidó el siglo XX en alguna esquina del cosmos.
Y lo más increíble no era la decoración, sino los habitantes de aquel lugar. Cortesanas alienígenas, seres con más extremidades de las que la lógica permite, cuerpos translúcidos y ojos profundos como agujeros de gusano. También había humanos, claro, pero se distinguían enseguida: caminaban como si el suelo pudiera abrirse en cualquier momento, cautos ante lo inabarcable.
Las dinámicas entre especies no seguían reglas que yo conociera. Un ser enorme, de piel luminosa, reía bajito mientras dos humanos —uno vestido de militar anticuado, otro con implantes visibles— jugaban a un tira y afloja sensorial. En una esquina, una criatura de tentáculos delicados acariciaba la espalda de una cortesana de pelo azul. El lenguaje era otro: mezcla de gestos, olores, destellos de luz, palabras susurradas en frecuencias que solo el cuerpo parece entender.
“Aquí, los secretos no pesan: flotan.”
By Johnny Zuri
El espacio era un mosaico de intimidades cruzadas. Cada habitación, una promesa nueva. Algunas puertas estaban entreabiertas y solo se veía el parpadeo de luces y sombras moviéndose sobre la piel. Otras, selladas con símbolos que advertían sobre los placeres —o riesgos— que aguardaban dentro. Nadie preguntaba nada. Nadie juzgaba.
Me perdí en el laberinto de pasillos, cada uno más tentador y perturbador que el anterior. En uno, el aire era tan denso y dulce que costaba respirar; en otro, la gravedad parecía disminuir, y las parejas flotaban abrazadas, girando con gracia, como en una danza ancestral de planetas y satélites. Sentí una mano —o quizás un tentáculo, suave y tibio— rozar mi mejilla. Me giré, pero solo vi una sombra que desapareció tras una cortina de gas perfumado.
El arte del placer en la frontera
Lo que más sorprende no es la variedad de cuerpos, sino la creatividad de los sentidos. Las cortesanas alienígenas —unas altísimas, otras con piel de escamas iridiscentes, algunas apenas humanoides— dominan un arte refinado: seducir sin decir palabra, invitar sin tocar, prometer sin exigir. El consentimiento aquí no es un contrato, sino un lenguaje. Una coreografía lenta, llena de miradas, respiraciones y cambios sutiles en el ambiente.
En un salón privado, vi a una figura enorme, casi etérea, abrazando a un viajero solitario. No había prisa, ni ruido. Solo el roce de pieles imposibles, el zumbido grave de la música, la promesa de descubrir qué puede sentir un cuerpo cuando se le da el permiso —y la libertad— para explorar.
Entre las mesas, circulan androides con bandejas de copas que cambian de color según la intención de quien las sostiene. Las fragancias que se liberan en el aire son fórmulas prohibidas en la Tierra, diseñadas para abrir memorias, despertar apetitos y borrar vergüenzas. El placer, aquí, es negocio y arte.
“Lo que ocurre en Marte… ni la IA se atreve a registrarlo.”
By Johnny Zuri
Y aún así, el comercio es solo una excusa para lo que de verdad importa: la sensación de libertad absoluta. El Palacio del Amor es un laboratorio de identidades, un espacio donde cada uno —sea humano, alienígena o algo intermedio— puede ser otro sin miedo. Hay parejas que negocian sus límites con una simple mirada; otros, exploran el juego de la sumisión y el poder sin más ley que la del respeto mutuo.
Vi a un mercader venusiano discutiendo precios con una cortesana terrestre. En otra esquina, una pareja humana y su acompañante tentacular debatían sobre lo que significa “placer” en diferentes planetas. El deseo aquí es universal, pero las formas que adopta son infinitas.
Más allá del umbral: la promesa de la serie
No os engañéis: esto no es solo un burdel interplanetario, es la vanguardia del hedonismo galáctico. Un lugar donde la tecnología se convierte en aliada del placer, donde la biología es solo el punto de partida para nuevas formas de gozo y de identidad.
Y lo mejor, o lo peor, es que apenas he rascado la superficie.
El Palacio del Amor guarda muchos secretos. Cada noche, las reglas se reescriben.
Y sé que volveré.
Porque el límite entre el yo y el otro, entre el deseo y la realidad, entre la máquina y el cuerpo, es más frágil —y más fascinante— de lo que nunca imaginé.
Próximo capítulo: El salón de los mil perfumes
¿Quién gobierna el palacio?
¿Qué ocurre cuando los humanos empiezan a perderse en la piel —y las mentes— de sus anfitriones alienígenas?
¿Cómo se negocia el consentimiento cuando el lenguaje es otro, y el placer es siempre una apuesta?
La historia continuará…
Y tú, ¿te atreverías a cruzar la puerta?
By Johnny Zuri – Retro, Futurista y Vintage
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