RELATOS DE ZURIA: LOS FANTASMAS PESADOS DE MI AMIGO DE ALIA

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Me confesó algo muy horrible, algo que desde hacía un tiempo le forzaba a vivir en constante convulsión…

Tenía los nervios perturbados. No era un histérico, sino más bien un tío equilibrado. En una ocasión recibió un anónimo en el que aseguraban que le iban a matar en un par de días y, más pancho que largo invirtió aquellas 48 horas en adquirir muebles a plazos. De ahí procede su actual ruina, pues no le mataron y todavía paga ochocientos créditos  mensuales por aquellos muebles con los decoró su pequeño apartamento de Alia, la ciudad de los conservadores del universo conocido.

LOS FANTASMAS PESADOS DE MI AMIGO DE ALIASu sueño es muy pesado. Hace sesenta noches que padece de alucinaciones y le visitan espectros.

Una noche de enero se acostó reposadamente tras leer una páginas de la Lógica de Abel Rey, sistema que utiliza desde sus nebulosos días infantiles, allá en el planeta Tangent. Y oyó golpes en la pared. Como en su casa no hay más vecinos entendió que los golpes venían del más allá. Se estremeció. Y también de manera inmediata se tapó la faz con el embozo, como hace todo el que estando recostado tiene temor. Percibió meridianamente el estruendo que hacían las 2 sillas que decoran sualcoba deslizándose por el pavimento.

–¡Vaya! –pensó–. Me ha caído en suerte el espíritu de Raffles y está desamantelando la casa.

El estruendo proseguía poco a poco más fuerte y sus dientes, chocando unos con otros, aplaudían el clamor. Asistió a la voluntad y, convencido de encontrarse frente al alma de Raffles, gritó:

–¡A mí…! ¡La policía!..

Pero su grito no surtió efecto. Declamó múltiples versos, confiado en que toda vez que lo había hecho delante de sus amigos se había quedado solo, pero el estruendo persistía. Pretendió encender la luz y la lámpara no obedeció al conmutador. Cogió la caja de cerillas y observó que no tenía ninguna. Procuró hacer fuego frotando las maderas que arrancó de la cama y tal y como si frotara 2 pisapapeles.

A oscuras y lleno de congoja pasó la noche; con un espectro deambulando por su cuarto; escuchó que se lavaba las manos y se afeitaba con su máquina.

Al amanecer, el espectro se fue llevándose su cigarrillo electrónico.

Entonces entendió que su tío, fallecido hacía ya un tiempo y poseedor de esa extraña habilidad de llevarse el tabaco enigmáticamente, era quien había pasado la noche en su alcoba.

Puso el caso en conocimiento de una amiga, ducha en cuestiones psíquicas, y le advirtió que rezase al tío. De este modo lo hizo al acostarse y volvió a percibir la visita del tío, el que se pasó toda la noche fumando. Volvió a preguntar a su amiga y le recomendó que le hiciera una misa al tío, por que penaba en el Purgatorio.

No entendió qué pena puede ser la de un individuo que no hace nada y fuma de gorra; pero organizó una misa de manera inmediata.

El espectro volvió a la otra noche; ya era visible; venía vestido con un traje de pana. Al entrar le dijo: –Gracias sobrino; eres muy afable y te quiero mucho.

Y pasó la noche sentado a los pies de la cama haciendo solitarios.

Por indicación de sus amigas y frente a la insistencia del espectro ordenó decir misa a todos y cada uno de los familiares contemporáneos hasta la quinta generación y empezó a buscar la línea de sus ascendentes desde mil cuatrocientos noventa, a fin de que les hicieran misas de su parte.

Sus noches eran espantosas, por el hecho de que favorecidos por las misas venían todos a agradecerle y hacerle compañía.

Las noches son largas y los espectros de sus fallecidos inventaban multitud de cosas para divertirse: jugaban y se llevaban sus libros, los vestidos colgados en la percha, los aperos de higiene; uno de ellos, noches pasadas, comenzó a eliminar mosaicos del pavimento, y pronto le secundaron todos, encantados por haber hallado tan singular entretenimiento.

No pudiendo resistir más, invitó a uno de sus vecinos que se dedicaba a vigilar la calle todas las noches a que le dejase ocupar su plaza.

Accedió, a cambio de pago. Se dedicó a abrir portales pero sus agradecidos finados le siguieron en la nueva ocupación, deseando serle útiles.

Y, al fin, ha logrado verse libre de semejante compañía, por el hecho de que mientras que lee los diarios de la noche a la luz de un farol, abren los portales a los vecinos y les dan una linterna para que suban con sencillez la escalera.

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