¿Sueñan los MATRIMONIOS SIN SEXO con volver a tocarse?
El silencio que mata el deseo en MATRIMONIOS SIN SEXO.
Los MATRIMONIOS SIN SEXO son como castillos en ruinas con puertas abiertas pero sin nadie que se atreva a cruzarlas. 🕯️
No hay gritos. No hay cuernos. No hay escándalo. Solo un lento y silencioso desmoronamiento donde nadie se va, pero ambos ya no están. Me tocó vivirlo. Y duele más de lo que uno está dispuesto a reconocer. Porque nadie te prepara para compartir cama con alguien que te mira como si fueras una planta de interior. Y sin embargo, ahí estás: respirando el mismo aire, compartiendo el café, lavando las mismas tazas, y sintiendo que te han borrado sin haberte ido. MATRIMONIOS SIN SEXO, le llaman. Aunque a veces me pregunto si no sería más justo decir matrimonios sin hambre, sin cuerpo, sin carne.
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Cuando la cama es un desierto y el corazón, un huésped incómodo
A veces basta una caricia ausente para entender que todo se ha ido al carajo. Pero no de golpe, no con portazos. No. Esto es peor: es como ver morir un fuego a base de indiferencia. Uno se acuesta esperando sentir algo más que el colchón frío, y del otro lado hay un cuerpo que ya no responde, no porque no quiera, sino porque ha dejado de verte. No hay guerra, solo un alto el fuego perpetuo. Y eso, créeme, quema más que la traición.
«No hace falta una infidelidad para que una relación muera», leí una vez. Y no se me olvida.
Los MATRIMONIOS SIN SEXO no son necesariamente infelices. Muchos, de hecho, parecen funcionales: facturas pagadas, hijos criados, vacaciones planificadas. Pero debajo de esa superficie pulida hay un abismo emocional. Un vacío donde debería haber deseo, ternura, complicidad. Y no, no estoy hablando de una necesidad masculina carnal y primitiva. Estoy hablando de algo más profundo, más humano. Del derecho –sí, derecho– a ser tocado, buscado, deseado. Porque el deseo no es un extra, es parte del alma de cualquier relación que aspire a ser algo más que una sociedad limitada con fines logísticos.
El deseo masculino no es el problema, es la alarma
Durante años se nos vendió la idea de que los hombres solo piensan en sexo. Pero nadie explicó que, para muchos de nosotros, ese sexo no es tanto una descarga como un lenguaje. El cuerpo dice lo que las palabras no alcanzan. Cuando un hombre deja de ser tocado, no se queja por placer perdido, sino por amor silenciado. Por eso cuando esa puerta se cierra, no solo se apaga el cuerpo. También la mente empieza a tambalearse.
«¿Todavía importo? ¿Alguien me desearía?». Estas preguntas no salen en voz alta. Se cuecen por dentro. Se rumian. Se sufren en silencio. Porque aceptar que ya no eres deseado es aceptar que, para quien duerme a tu lado, ya no existes. Y eso, amigo mío, duele más que una bofetada.
No se trata solo de sexo. Se trata de intimidad emocional. De mirarse y reconocerse. De sentirse visto, no como proveedor, padre, chófer, o compañero de hipoteca. Sino como hombre. Con cuerpo. Con alma. Con fuego.
Los hombres invisibles existen… y están casados
En muchos MATRIMONIOS SIN SEXO, el hombre se convierte en un fantasma afectivo. Está ahí, pero nadie lo ve. No porque se haya vuelto transparente, sino porque la relación ha dejado de nombrarlo. El mundo moderno ha hecho un gran trabajo desarticulando ciertos abusos del pasado, pero también ha generado un nuevo tabú: el sufrimiento emocional masculino.
Hoy, si un hombre dice que su esposa no lo toca, se le ridiculiza. Se le acusa de ser demandante, egocéntrico, insaciable. Pero ¿y si ese reclamo no tiene que ver con sexo, sino con hambre de amor? ¿Dónde queda su derecho a sentirse deseado? Porque si fuera al revés –si una mujer dijera que su marido no la toca desde hace un año–, la respuesta sería clara: «No te ama. Búscalo fuera. Es violencia silenciosa».
Pero cuando es él quien lo sufre, el silencio es lo único que se le permite. Un silencio que no alivia. Que mata.
La disfunción erótica es el síntoma, no la causa
Sí, muchos hombres desarrollan lo que se llama disfunción erótica: no porque no puedan, sino porque han aprendido a no desear para no dolerse. Cuando el rechazo se repite, uno entrena al cuerpo a no intentarlo. Porque cada negativa deja una cicatriz. Y después de muchas, el deseo ya no se atreve a golpear la puerta. No es impotencia, es defensa. Es la manera más triste de no morir del todo.
Lo peor es que este tipo de sufrimiento no se diagnostica. No aparece en informes clínicos ni en charlas de sobremesa. Solo se siente. En la piel. En las noches. En ese momento donde uno se da cuenta de que lo más íntimo ya no es el sexo, sino la ausencia de él.
Retrosexualidad, psicología relacional y otras respuestas que incomodan
El regreso de la retrosexualidad –esa forma clásica, casi arquetípica de masculinidad viril sin remordimientos ni peajes ideológicos– parece una respuesta, a veces torpe pero honesta, al desarraigo actual. Es el hombre que se mira al espejo y decide no pedir permiso para sentirse como tal. Que no necesita depilarse ni disfrazarse de emocionalmente neutral. Que ama, desea, y lo dice. Aunque se le tilde de anticuado.
En paralelo, la psicología relacional propone otro camino: uno menos defensivo, más dialógico. Un espacio donde hombres y mujeres puedan reencontrarse sin máscaras ni etiquetas, reconociendo que el deseo no tiene género, pero sí historia. Y que si no se alimenta, se muere.
«El amor no es automático. El deseo tampoco.» Otra frase que guardé como quien guarda una pistola cargada. Porque es así. El deseo se construye. Con palabras. Con caricias. Con silencio bien entendido, no el que congela.
¿La tecnología salvará nuestras camas vacías?
Puede sonar a ciencia ficción, pero la tecnología se está colando en nuestras relaciones con propuestas tan provocadoras como el uso de realidad virtual inmersiva en terapia de pareja. Plataformas como Revibe permiten que dos personas intercambien roles virtualmente, se vean desde el cuerpo del otro, y así comprendan desde dentro lo que sienten sus parejas.
Una forma futurista de hacer lo que siempre nos ha costado: ponerse en los zapatos del otro. Literalmente. Y quizás, desde esa nueva mirada, podamos volver a tocar sin miedo. Volver a desear sin culpa. Volver a vernos.
Hacia una nueva narrativa: ni mártires ni villanos
Hay una urgencia por rescatar la conexión emocional como base de toda intimidad real. Por salir de ese guion absurdo donde los hombres son siempre fuertes, siempre disponibles, siempre insensibles. Y reconocer que, como cualquier ser humano, necesitan ser abrazados con deseo y ternura. No por débiles, sino por humanos.
Porque al final, lo que nos rompe no es el sexo que falta. Es el amor que no se actualiza. El cuerpo que ya no busca. La voz que ya no llama. El deseo que se convierte en polvo dentro del cajón de lo “innecesario”.
«¿Qué pasa cuando tu cuerpo ya no despierta nada en quien más amas?». Esa es la pregunta. Y ojalá no haya que llegar al punto de no retorno para atreverse a responderla.
“El deseo no se exige, se cultiva con tiempo y verdad.”
“Donde no hay mirada, no hay carne. Y donde no hay carne, hay muerte emocional.”
“Más que sexo, pedimos alma.”
MATRIMONIOS SIN SEXO no es una categoría médica. Es una herida social que aún no sabemos curar. ¿Y si empezáramos por hablar, por mirar, por rozar otra vez? ¿Cuántos hombres más tienen que dormirse invisibles antes de que aceptemos que el silencio también mata?
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