¿Qué queda después de un ENCUENTRO FUGAZ?

¿Qué queda después de un ENCUENTRO FUGAZ? La fuerza secreta de los ENCUENTROS FUGACES en estaciones de tren

Un ENCUENTRO FUGAZ puede cambiarlo todo. O al menos, hacer que el tiempo se tambalee, que el mundo se agriete un segundo y deje filtrar una luz imposible. ⚡️A mí me pasó una vez, en una estación de tren que olía a lluvia vieja, tabaco frío y sueños no cumplidos. Y desde entonces no he podido mirar igual esos lugares. Porque en los pasillos de espera, entre conexiones humanas que apenas duran lo que tarda un tren en frenar, sucede algo raro, íntimo, brutalmente humano. Y sí, también muy vintage.

Aquel relato sobre Zoya no me golpeó con palabras grandes, sino con silencios. Me atrapó su forma de condensar un mundo entero en una estación de tren. El traqueteo de fondo. La voz metálica anunciando destinos imposibles. Y dos personas que no deberían haberse cruzado nunca, pero lo hicieron. Frol y Zoya. Él esperando algo. Ella recién salida de prisión. Sin redención, sin moraleja. Solo una presencia abrumadora que parecía decir: “no esperes que te explique quién soy, porque ni yo lo sé”.

«Zoya» no solo me recordó a esas películas rusas lentas y densas donde los personajes parecen sobrevivir más que vivir. Me recordó a mí mismo, alguna vez, mirando a alguien sin atreverme a hablarle. Porque eso tienen los encuentros fugaces: que son una ruleta rusa del alma. Puede que no pase nada. Pero puede que te des cuenta, de golpe, de lo que te falta.

0IPS9RsDfWhVuqBuw

Origen: Zoya

La estación no es solo un lugar, es un estado del alma

Hay quienes creen que las estaciones son sitios de tránsito. Y lo son. Pero también son escenarios de suspensión. Uno no está exactamente en el pasado ni en el futuro. Está ahí, entre la nada y el “a dónde voy”. Según algunos estudios sobre el “amor a primera vista” (sí, existe y pasa), ese paréntesis existencial nos desarma. Y entonces sucede lo improbable: una mirada, un cigarrillo compartido, un silencio compartido.

Como en esta investigación que explica cómo, incluso sin hablar, dos personas pueden sentir una conexión profunda solo por compartir espacio visual durante unos minutos. El cuerpo, dicen, sabe lo que la mente no se atreve a procesar. Así que ahí estamos, como Frol frente a Zoya, esperando un tren y recibiendo un bofetón emocional que nos hace dudar si queremos subirnos o quedarnos ahí para siempre.

Y claro, hay quienes creen que “el tren solo pasa una vez”. Pero ¿y si no? ¿Y si esos encuentros, tan intensos como efímeros, no son excepciones sino parte del diseño mismo de la vida urbana? Una especie de susurro del azar que nos dice: “abre los ojos, que no todo está en Tinder”.

Zoya y la estética de la verdad incómoda

Zoya es ese tipo de personaje que no cabe en ninguna caja. Ni víctima, ni heroína. Ni redimida, ni culpable. Aparece como un fogonazo, con ese aire retro-futurista que mezcla el polvo del gulag con la laca del club nocturno soviético. Una especie de femme fatale de tercera clase, que no necesita tacones ni escotes para seducirte. Le basta con una frase. O con el modo en que exhala el humo.

«Zoya no se explica. Zoya simplemente es. Y eso incomoda.»

Hay una tradición literaria que la sostiene sin decirlo: el simbolismo ruso, ese que en la Edad de Plata creía en lo efímero como portal a lo trascendente. Autores que hablaban del amor y la muerte como si fueran estaciones de tren. O como si fueran cigarrillos encendidos en mitad de la niebla. Y no me sorprende que ella surja de ahí: es un personaje que huele a historia, a derrota bella, a narrativa urbana con cicatrices.

Como dicen en este artículo sobre literatura rusa, los simbolistas veían el arte como un acto de redención mística, no de compromiso social. Exactamente lo contrario a la moral de escaparate. Por eso Zoya no se excusa ni se justifica: es puro símbolo de una humanidad que no busca agradar, sino sobrevivir con estilo.

Fumar como quien escribe poesía

Zoya fuma. Frol observa. Y el humo, más que humo, es un lenguaje. En las estaciones de tren, fumar no es un vicio: es un diálogo íntimo sin palabras. Como apuntan los textos que exploran el simbolismo del cigarrillo, este se convierte en una medida del tiempo, en una pausa cómplice, en un gesto de rebeldía contenida. Y en la narrativa vintage, ese gesto lo dice todo.

«El cigarro no se comparte, se ofrece como quien lanza un puente invisible.»

¿Y qué hacen dos personas compartiendo un cigarro en medio de una estación? Exacto: construyen una historia que no existía antes. No importa si dura lo que tarda en consumirse. Lo importante es que existe. Y que arde. Como esas conexiones humanas que nadie pidió, pero que una vez ocurren, no se olvidan.

Lo marginal también tiene clase

Hay algo que me intriga profundamente en la forma en que los relatos vintage rescatan la estética del perdedor. Del marginal. Del que no tiene ni plan ni red de apoyo, pero sigue ahí, parado, fumando, mirando, diciendo lo justo. En el caso de Zoya, eso se vuelve aún más potente: es una mujer con pasado criminal, pero sin necesidad de pedir perdón. Como si dijera: “mi historia no es una excusa, es un hecho”.

Y ese hecho, mostrado con estética de cartel viejo, con colores apagados y luces de neón fundido, conecta con toda una tradición visual del cine noir, del gángster romántico, del exconvicto que sabe demasiado de la vida como para ser simpático. En esa tensión entre lo marginal y lo glamuroso se encuentra el verdadero imán del encuentro fugaz: nos atrae porque es tabú, porque duele, porque no debería ser.

Encuentros que cambian sin quedarse

Recuerdo que en una entrevista sobre “Encuentros con autores” alguien dijo que las conversaciones breves, si son intensas, dejan más huella que los vínculos largos. Me hizo pensar que tal vez la literatura no solo sirve para contar historias, sino para atrapar esos momentos que se escapan. Como los que suceden entre trenes.

Y eso es lo que logra Zoya: no cuenta una historia completa, sino un fragmento tan cargado que parece contener siglos. Un vistazo, una frase, un “no quiero” dicho sin odio pero con final. Eso basta para abrir una grieta. Para entender que lo breve puede ser más real que lo duradero. Que hay algo profundamente transformador en decir adiós antes de que alguien siquiera diga hola.

El alma en tránsito también necesita estaciones

Así que aquí estoy, escribiendo sobre un encuentro fugaz, mientras pienso en todas esas veces que estuve en una estación creyendo que no pasaba nada. Y pasaba. Pasaban miradas, pasaban ideas, pasaba el tiempo con su metrónomo invisible. Y ahora entiendo que esas estaciones no eran solo de tren. Eran estaciones del alma. Lugares donde uno no se queda, pero donde algo de uno se queda para siempre.

«Un tren no siempre te lleva lejos. A veces solo te deja distinto.»

Entonces, la próxima vez que esperes a alguien en una estación, no mires el móvil. Mira a tu alrededor. Tal vez Zoya esté ahí. Tal vez tú seas Frol. Tal vez no pase nada. O tal vez pase todo.

“Las conexiones fugaces tienen más verdad que muchos amores largos”

“Lo que dura poco, a veces dura más en el recuerdo”

“El humo de un cigarro puede ser más íntimo que un beso”

“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)

“Todo lo que amamos, profundamente, se convierte en parte de nosotros.” (Helen Keller)

¿Y tú? Te has subido alguna vez a un tren sabiendo que dejabas atrás algo irrecuperable? ¿O sigues esperando en el andén a que pase lo que nunca pasó?

25 / 100 Puntuación SEO

Visitas: 10

Si quieres un post patrocinado en mis webs, un publireportaje, un banner o cualquier otra presencia publcitaria, puedes escribirme con tu propuesta a johnnyzuri@hotmail.com

Deja una respuesta

Previous Story

El arte secreto del erotismo sutil en RELACIONES COMPLEJAS

Next Story

¿Quién teme al SWINGER FUTURISTA en la era del metaverso?

Latest from NEWS - LO MAS NUEVO