Él creía que la señorita Laura iba a olvidarse de él tan pronto amaneciera, antes de que despertase, y le dejó un mensaje en la mesa por la noche, invitándole a pasar cada madrugada a su lado, si bien día a día estuviese a la vera de otro hombre. A él no le importaba aguardar, no le importaba compartir segundo plano, ni ser solo una parte de sus sueños. Con él, era.
No había temores ni mañanas, solo momentos precisos, solo besos apasionados y ojos cerrados. Solo había canciones y serenatas, luces apagadas y allá, en la distancia, tras la ventana, una muda cama que ahogaba los gemidos de placeres por descubrir.
Ella se sentaba allá con timidez y al final, se transformaba en la dueña de sus pasiones, la culpable de las huellas de carmín en su almohada.
Se quedaba de pie mientras que la iba desvistiendo, quitándole cualquier atisbo de duda, caía bocabajo en la cama y apreciaba como los pelos de su barba le escribían súplicas en verso, le provocaban cosquillas orgásmicas.
Los dos desnudos, cuerpo a cuerpo, iban completando ataques, iban devorándose mientras que el sol iba ocultándose. Sus grandes y fuertes manos le sujetaron de sus pechos, su boca procuraba con ganas la de ella y sin caer en la cuenta, fundiendo su lengua, apreciaba de qué forma un sabor dulce le llenaba el paladar mientras que le pasaba el chocolate ya fundido, espirando en su cuello los bocados que todavía le quedaban por dar…
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