¿Puede el CUCKOLDING ser la fantasía erótica definitiva? CUCKOLDING elegante y emocional en clave retrofuturista
El CUCKOLDING no es solo una fantasía, es un espejo del alma voyeurista. 😈
Hay palabras que rozan la piel antes de llegar al oído, y CUCKOLDING es una de ellas. Casi nadie se atreve a pronunciarla en voz alta sin una media sonrisa o una ceja levantada, como si invocarla fuera un acto de osadía íntima. Pero lo curioso —y lo más humano— es que esta práctica, tan cargada de prejuicios y equívocos, no siempre se trata de sexo. A veces, es más bien una especie de teatro de emociones, un ritual de deseo donde el placer se enciende desde la butaca, no desde el escenario. Una danza emocional donde los celos no duelen, excitan. Donde la fidelidad se reescribe como complicidad.
Quien haya sentido el ardor de una fantasía sin tocarla sabe de lo que hablo. El CUCKOLDING, lejos de ser una simple categoría en un sitio porno, puede ser la cúspide del erotismo psicológico, la cima de las fantasías eróticas más audaces, y también el laberinto de la pareja liberal que busca más que cuerpos: busca espejos. Y no cualquier espejo, uno que les devuelva la imagen del deseo compartido, del poder cedido, del placer observado.
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“El deseo más profundo no siempre se consuma, a veces se contempla.”
El voyeurismo emocional no se ve, se siente
Me encontré con este relato que lo dejaba todo en su sitio sin enseñar nada. Un hombre observando a su esposa con otro, y sin embargo, lejos de una escena de humillación, era casi una ceremonia de confianza. Ella elegía el vestido con una delicadeza que parecía salida de un camerino de los años 70, el maquillaje, el peinado, el leve roce del perfume sobre la clavícula. Él, mientras tanto, observaba… y deseaba. Pero también se vaciaba de control para llenarse de emoción.
Aquí no hay látigos ni esposas (aunque podrían estar), sino algo mucho más sutil: la tensión contenida, esa que se aloja entre las costillas y no baja nunca a la pelvis si no hay antes un terremoto de miradas. En este juego no gana quien posee, sino quien cede el protagonismo y mira desde la sombra con el alma encendida. Lo llaman deseo voyeur, pero es mucho más que mirar: es un lenguaje emocional, un arte de la entrega.
La elegancia del pasado vestida de deseo moderno
Hay una cosa que no me quito de la cabeza: el peinado de ella. Ese moño con caída suave, ese aire a diva de cabaret tardío, con un cigarrillo invisible entre los dedos. Toda la escena parecía sacada de una película de erotismo elegante, de esas que no muestran ni un pecho, pero te dejan sudando. Y es que hay algo en la estética retro que hace que incluso los deseos más modernos parezcan eternos.
¿Será porque lo vintage tiene alma? ¿Porque los años 70 sabían hablar de sexo sin gritarlo? Puede ser. Pero también creo que hay un mensaje sutil en recuperar esos códigos: el misterio, la sugerencia, el “quiero pero aún no”. Cuando el erotismo se disfraza de antigüedad, nos obliga a mirar dos veces. Y eso, en tiempos donde todo se ve de golpe, es un lujo.
“Nada es más sexy que lo que aún no ha ocurrido.”
Cuckolding desde la sumisión o desde el amor compartido
Ahora bien, no todo CUCKOLDING es igual. Hay quienes lo viven desde el placer de ser dominados, desde la dinámica de poder donde el goce nace de la entrega total, incluso de la humillación. Es un juego de jerarquías consensuadas, de roles muy definidos donde uno domina y otro obedece. Hasta aquí, todo claro.
Pero luego están los otros. Los que no se excitan por ser menos, sino por ver cómo su pareja brilla con otro. No es sumisión, es compersión: ese fenómeno tan poco comprendido que consiste en disfrutar del placer ajeno como si fuera propio. Esos son los que te dicen “me excita verte feliz”. Y te lo dicen con los ojos en llamas.
Ambos perfiles conviven en esta práctica. Ambos son válidos. Pero hay una diferencia sustancial: la mirada interior. Uno busca ceder el control, el otro compartirlo. Uno se deja pisar, el otro se eleva mirando. ¿Cuál eres tú?
El futuro del erotismo íntimo no es tecnológico, es narrativo
Claro, las tecnologías están entrando como un vendaval en todo esto. Que si gafas de realidad virtual para asistir a orgías desde el sofá, que si juguetes a distancia que vibran con un clic desde otra ciudad, que si apps con inteligencia artificial que te escriben mensajes como si fueran tu amante ideal… Todo eso está ocurriendo. Pero, ¿y si el futuro más provocador no está en el código, sino en la palabra escrita?
Hay una nueva forma de erotismo que no toca, pero desgarra con frases. La narrativa sensual no explícita, ese arte casi olvidado de sugerir en vez de mostrar. Relatos que no describen genitales, sino temperaturas. Que no cuentan gemidos, sino silencios. Escribir erotismo así no es fácil, pero cuando se logra, el lector no necesita terminar el texto para terminar excitado. Lo vive con cada frase.
Y es ahí donde el CUCKOLDING encuentra su poesía: en las pausas, en el suspiro del narrador, en esa frase que parece inofensiva pero que deja una bomba en el pecho. No todo lo erótico tiene que ser pornográfico. De hecho, lo más erótico rara vez lo es.
“No era el otro hombre el que me excitaba, eras tú al mirarlo.”
Esta frase la leí en un foro perdido de confesiones sexuales. Se me quedó clavada como un alfiler. Porque resume todo: el erotismo no está en el cuerpo del otro, sino en el gesto de quien ama desde lejos, de quien desea en diferido, de quien convierte el amor en espectáculo y no por eso lo degrada. Al contrario, lo eleva.
Y sí, muchas veces el cuckolding se malinterpreta, se mete en la bolsa de lo “pervertido” o lo “sucio”. Pero si lo ves con otros ojos —con los de la belleza emocional, la confianza radical y el juego elegante— entonces es un arte. Y como todo arte, requiere técnica, entrega, y sobre todo, una sensibilidad que pocos se atreven a explorar.
“Hay fantasías que no buscan cumplirse, solo ser entendidas.”
Al final, lo que me fascina del CUCKOLDING no es el sexo ajeno, sino la humanidad propia que se revela al observarlo. La pareja que se atreve a cruzar ese umbral no siempre termina en la cama con otro, pero casi siempre termina más unida, más honesta, más viva. Porque han puesto sus deseos sobre la mesa como quien pone cartas en una partida donde no se gana nada… salvo la verdad.
¿Será que el futuro del erotismo está en la rendición emocional más que en el acto físico?
¿O será que simplemente estamos regresando a una sensualidad más antigua, más elegante, más humana?
Quién sabe. Pero mientras tanto, yo sigo leyendo relatos que me hacen mirar desde fuera, y sentir desde dentro. Porque hay deseos que solo se viven así: con los ojos abiertos y el corazón al borde del abismo.
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