¿Puede el SEXO EN LA VEJEZ ser más intenso que nunca?

¿Puede el SEXO EN LA VEJEZ ser más intenso que nunca? El placer maduro no tiene fecha de caducidad ni pide permiso

El SEXO EN LA VEJEZ no es un eco del pasado, es una sinfonía distinta 🎻.

Siempre pensé que el sexo en la vejez era como una vieja canción que uno recuerda con cariño, pero que ya no suena en la radio. Algo anecdótico, casi tierno, digno de un suspiro nostálgico y una mirada al vacío. Hasta que una tarde, tomando café con una amiga de 65 años, me lanzó esta joya: “Ahora soy una tigresa en la cama. ¿Qué te parece?”. Lo dijo con tal soltura, con esa chispa indomable de quien ha dejado de pedir permiso para gozar, que me quedé en silencio… unos segundos. Después me reí, claro. Pero no con burla, sino con asombro. Algo dentro de mí se sacudió. Porque entendí que el deseo no se jubila. Cambia, se disfraza, se adapta, se vuelve incluso más travieso, pero no desaparece.

Ese fue el principio de un viaje inesperado por los rincones más ocultos —y honestamente más divertidos— de la sexualidad en la tercera edad. Y lo que encontré fue mucho más que historias subidas de tono en residencias o lubricantes de colores pastel. Encontré vida, deseo, inventiva, y un toque de picardía que ya quisieran algunos veinteañeros con su “libertad sexual” a medio construir.

 

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El deseo no se retira, solo cambia de ropa interior

Me sorprendió ver con qué naturalidad muchos mayores me hablaban de su vida íntima. No había vergüenza, ni excusas. Solo una certeza: el cuerpo cambia, pero el placer sigue ahí, como un músculo que se ejercita a su manera. Algunas mujeres me contaron que, tras la menopausia, sus orgasmos dejaron de ser fuegos artificiales, pero se convirtieron en pequeños terremotos internos, menos explosivos pero más profundos. Y más sabrosos. ¿El truco? Más atención, más calma, más piel. Menos expectativas.

Un señor de 72 años me dijo algo que no se me olvida: “Antes me preocupaba por rendir. Ahora me concentro en sentir”. Él y su pareja, ambos viudos, se conocieron en una residencia y ahora se escapan al armario de las escobas. Sí, al armario. Porque cuando la pasión te llama, ni las bisagras rechinan.

“El deseo no envejece, solo aprende nuevas coreografías”

Pero también es cierto que hay obstáculos. No todo es lubricantes y risas. La salud sexual senior enfrenta desafíos reales. Dolores articulares, disminución de la lubricación, fatiga, enfermedades crónicas. ¿Y? Como diría mi tía: “Para eso está la imaginación, querido”. Conocí a una pareja que usaba mecedoras no para mirar atardeceres, sino como parte de su juego previo. Otro usaba almohadas como soporte estratégico. La creatividad es la mejor Viagra.

La piel madura también tiene memoria y hambre

Nos enseñaron que el erotismo era propiedad exclusiva de los cuerpos jóvenes, bronceados, firmes. Pero se olvidaron de decirnos que la piel madura no solo guarda memoria, también guarda hambre. El erotismo vintage —porque sí, llamémoslo así— es mucho más que un concepto bonito: es una forma de existencia. Una rebelión silenciosa contra los estándares imposibles y las miradas ajenas.

He escuchado frases memorables: “Ahora tengo sexo sin miedo al embarazo”, “por fin puedo decir lo que me gusta sin pudor”, “uso juguetes sexuales y me divierto como nunca”. Esos juguetes, por cierto, están haciendo furor entre mayores de 60. Vibradores, succionadores, anillos. Ya no son territorio exclusivo de la generación TikTok. Y ojo: muchos los usan para masturbarse con libertad, sin pedirle permiso a nadie, ni siquiera a la pareja.

“Hay orgasmos que llegan más lento, pero se quedan más tiempo”

Pero también hay silencios que pesan. El tabú sexual sobre los mayores sigue presente. Y lo digo con rabia. En las películas, los viejos que tienen deseo son pervertidos o bufones. Las mujeres mayores con deseo… ni aparecen. ¿Dónde están nuestras abuelas seductoras? ¿Nuestros abuelos vulnerables y tiernos en la cama? El erotismo en la tercera edad no entra en la foto porque la cámara está programada para enfocar cuerpos jóvenes. Y eso, francamente, es un error.

“El sexo de los mayores no es una penetración, sino una compenetración” (Antonio Gala)

¿Qué hacemos con los cuerpos reales y el placer?

Aceptar el cuerpo en la madurez no es fácil. Hay arrugas, flacidez, cicatrices. Pero también hay historia, presencia, experiencia. No se trata de mentirse frente al espejo, sino de reconocerse con ternura. Un amante me dijo una vez: “Tu celulitis cuenta mejor nuestras noches que cualquier poema”. Y tenía razón.

La salud sexual senior también depende de cómo habitamos ese cuerpo que ya no responde igual, pero sigue siendo nuestro. Aquí entra todo: alimentación, ejercicio, descanso. Incluso la danza. Porque mover el cuerpo es otra forma de recordarle que está vivo.

También hay que hablar de tecnología. De los avances médicos que están cambiando el juego: cremas hormonales, tratamientos para la disfunción eréctil, lubricantes diseñados para pieles sensibles. Y sí, hay condones especiales para personas con menor sensibilidad. Porque las ETS no tienen fecha de nacimiento.

El amor en la edad dorada no pide permiso

Otro mito para tirar a la basura: que los mayores no deben empezar nuevas relaciones. ¿Por qué no? ¿Quién decidió que el amor tiene fecha de expiración? He visto a personas reencontrarse con ex amores, comenzar romances en grupos de yoga, en viajes del IMSERSO, en salas de espera de hospitales. He escuchado historias de ternura y deseo tan auténticas que hacen palidecer a cualquier comedia romántica.

Pero también hay barreras. El rechazo social es real. Hay hijos que se escandalizan si sus padres vuelven a tener pareja. Hay residencias que censuran los gestos afectivos entre residentes. Hay médicos que no preguntan por la vida sexual de sus pacientes mayores, como si eso ya no importara. Pero sí importa. Mucho.

“El sexo en la vejez no es un recuerdo, es una forma de resistencia”

La lentitud como arte erótico

En esta etapa, el sexo ya no corre. Camina. Se toma su tiempo. La respuesta sexual es más lenta, los orgasmos pueden tardar más. Pero también pueden durar más. Lo importante ya no es la performance, sino la conexión. El tiempo se vuelve aliado. Ya no hay prisa por llegar, solo deseo de quedarse. De estar. De compartir.

Me gusta pensar que la sexualidad en la madurez es como un vino que ha tenido tiempo de reposar. Ya no embriaga de golpe, pero se queda en el paladar. Y deja huella.

“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa” (Proverbio tradicional)

¿Y si el sexo en la vejez fuera el más honesto de todos?

Hay algo profundamente humano en cómo los mayores viven su erotismo. Sin disfraces, sin apps, sin filtros. Solo piel, mirada, respiración. Es una sexualidad más real, más conectada con lo que somos y menos con lo que se espera de nosotros.

No hay que romantizarlo todo, claro. Hay cuerpos que duelen, relaciones que no funcionan, días sin deseo. Pero también hay instantes de plenitud que solo la edad puede dar. Porque cuando ya no se busca impresionar, uno puede, por fin, entregarse.

Y esa es la verdadera libertad: la libertad sexual en la madurez. Esa que no necesita permiso, que se ríe de los prejuicios, que se vive con lentitud y sin culpa. Esa que muchos están descubriendo en su “edad dorada” y que debería ser motivo de celebración, no de silencio.

Entonces me pregunto: ¿no será que el sexo en la vejez es, en realidad, el más poderoso de todos? ¿No será que, cuando todo el ruido se apaga, lo que queda es lo esencial? ¿Y si la vejez no fuera el final del deseo, sino su forma más pura?

Tal vez el secreto no está en alargar la juventud, sino en aprender a gozar el presente con todo lo que somos. Porque mientras haya piel, curiosidad y ganas… siempre habrá placer.

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