¿Quién teme a las FANTASÍAS ERÓTICAS en la cama compartida? FANTASÍAS ERÓTICAS y otras historias de placer que no se cuentan
(Este relato es original de una amiga, muy amiga… y es ella quien lo escribe y quien me lo envió, una noche)
Las fantasías eróticas son como esos libros escondidos en la última estantería de la biblioteca personal. Nadie habla mucho de ellos, pero todos los han hojeado, algunos los releen en secreto y unos pocos se atreven a compartirlos en voz alta. A veces basta una noche absurda, un disfraz improvisado y una chispa de juego para que esos libros prohibidos se abran de par en par. Fantasías eróticas, sí. Ese universo donde la imaginación y el deseo se abrazan sin pedir permiso. ¿Tabú? Solo para quien nunca ha sentido el impulso de cruzar esa frontera invisible entre lo cotidiano y lo deliciosamente inesperado.
Hace tiempo, una noche cualquiera se convirtió en algo que sigo recordando con una mezcla de sorpresa, ternura y un poquito de carcajada nerviosa. Mi compañera de piso y yo decidimos, casi como una broma tonta, jugar a ser hermanas en una fiesta. El alcohol no fue protagonista, ni las luces tenues ni la música sugerente. Fue más bien la idea absurda de asumir otro papel, como si en el juego de roles se nos permitiera probar versiones de nosotras mismas que hasta entonces no conocíamos. Y ahí, en medio de esa impostura tan poco planificada, descubrimos una intensidad que no esperábamos. Lo que comenzó como juego acabó siendo una de las experiencias sensuales más fuertes de mi vida. Piel contra piel, sin máscaras ya, solo con ese extraño alivio de no tener que ocultar el deseo.
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«A veces el disfraz revela más que lo que oculta.»
«Hay fantasías que no se sueñan dormidos, sino despiertos y con los ojos bien abiertos.»
Lo curioso es que no fue solo sexo. Fue una conversación muda, un código compartido, un salto al vacío con red. Las relaciones íntimas, entendí entonces, no son siempre lo que creemos: cama, caricias, orgasmos sincronizados. A veces son miradas que dicen «confío», manos que preguntan «¿y si probamos?» y silencios que no incomodan, sino que invitan. Esa noche se quedó conmigo, no porque rompiera esquemas morales, sino porque me hizo ver cuánto puede ofrecer la imaginación cuando se conjuga con la confianza.
Explorar fantasías no es traicionar a nadie. No es rendirse al impulso descontrolado ni sustituir la realidad por un espejismo. Es, en todo caso, mejorar la realidad con un toque de imaginación. Como quien adereza un plato cotidiano con una especia rara que nadie esperaba. A veces, para encender la pasión no hay que comprar juguetes ni aprender nuevas posturas, sino simplemente atreverse a decir lo que uno imagina, sin miedo a que el otro se asuste.
Y aquí viene el pero. Porque claro, esto suena muy bonito en teoría. Pero también hay miedo. Miedo a ser juzgado, a que el otro no entienda, a que la fantasía se vuelva un monstruo en lugar de un puente. Me ha pasado, y lo he visto pasar. Por eso, comunicar nuestras fantasías debe hacerse con la delicadeza con la que se entrega un secreto valioso. Si se hace con prisa, se rompe. Si se entrega con arrogancia, se rechaza. Pero si se ofrece con ternura, se transforma en regalo compartido.
El arte perdido de hablar con deseo
Hablar de fantasías no es fácil. Requiere un tipo de confianza que muchas parejas creen tener, pero no siempre practican. No basta con decir “te deseo”. Hay que saber decir “fantaseo contigo haciendo esto”, y más aún, saber escuchar la respuesta sin fruncir el ceño. En un mundo donde todo se comparte —selfies, rutinas de gimnasio, opiniones políticas— parece que lo más íntimo sigue siendo lo más silenciado. Lo curioso es que cuando ese silencio se rompe, lo que brota no es escándalo, sino alivio. Como si uno dijera al fin: “ah, tú también”.
Y si no se sabe por dónde empezar, siempre se puede recurrir a la inspiración externa. Un relato sugerente, una escena de una película, un libro que alguien dejó abierto por accidente. Como se explica en esta historia real y vibrante, a veces el detonante no es un plan, sino una casualidad con deseo de convertirse en destino.
Juegos de piel y deseo con reglas propias
En este viaje hay mapas comunes. Juegos de rol que permiten escapar de la rutina: el médico que sana con caricias, el desconocido que aparece en un bar y seduce con una mentira piadosa. O ese cambio de roles que tanto puede decir sin palabras: cuando quien siempre lleva el timón decide entregarse, y quien suele ceder se convierte en capitán por una noche. Las experiencias sensuales compartidas son, al final, microteatros donde se ensayan versiones distintas del deseo.
Pero también hay quien prefiere el riesgo controlado. Hacer el amor en lugares donde la adrenalina lo vuelve todo más eléctrico: un coche en la noche, un vestidor robado, un rincón del parque al anochecer. No es el escenario lo que importa, sino el permiso que nos damos para salirnos del guion habitual.
Lo que las fantasías hacen cuando nadie las ve
Las fantasías eróticas no solo encienden cuerpos. También iluminan sombras. Permiten procesar emociones, conocer deseos no confesados, entender el lenguaje interno del placer. Hay quien se siente más fuerte, más seguro, más auténtico después de compartir su mundo interno. Porque en ese acto de apertura hay algo profundamente humano: la necesidad de ser visto y aceptado, incluso en los rincones más oscuros y menos decorativos del alma.
«Nada une tanto como desnudarse con la mente antes que con el cuerpo.»
Y no hablo solo de sexo. Hablo de complicidad, de confianza, de ese pacto silencioso que se construye cuando una pareja decide explorar sin mapa, solo con brújula emocional. El erotismo es un lenguaje que no siempre se enseña, pero se aprende. Y las fantasías, bien gestionadas, pueden ser su mejor gramática.
Cuando el deseo se convierte en conocimiento
Hay un momento, tras compartir una fantasía, en el que uno siente que ha atravesado una puerta secreta. Lo que viene después no siempre es más placer, pero sí más verdad. Y eso, créeme, es aún más excitante. Porque una fantasía no es solo un capricho. Es una pista. Un indicio de lo que queremos, de lo que nos falta, de lo que podríamos ser si nos diéramos permiso.
Con el tiempo, he aprendido que las fantasías no se archivan. Se cultivan, se pulen, se revisitan. Algunas se hacen realidad y pierden parte de su magia. Otras se quedan en la mente, intactas y brillantes como joyas secretas. Pero todas, todas tienen un propósito: recordarnos que el deseo no es enemigo del amor, sino su aliado más travieso.
“Donde hay deseo, hay vida” (Lou Andreas-Salomé)
“Quien no ha fantaseado, no ha amado del todo”
Al final, la pregunta no es si debemos compartir nuestras fantasías eróticas, sino cuándo y con quién. Porque no se trata de coleccionar escenas imposibles ni de buscar excusas para traicionar acuerdos. Se trata de abrir una puerta más. Y puede que detrás de ella no haya escándalo ni locura, sino algo mucho más valioso: complicidad, conocimiento, placer… y esa deliciosa certeza de que lo imaginado también puede vivirse.
¿Y tú? Ya sabes qué te gusta. Pero… ¿sabes lo que podría gustarte si te atrevieras a contarlo?
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