El fashion futurista ya es parte de nuestro presente ¿Puede el retrofuturismo ser la llave del estilo del mañana?
Es una tarde sin estación definida, el cielo parece una pantalla LED difusa. El fashion futurista no es ya un adelanto de lo que vendrá, sino un animal vivo que respira en las pasarelas, en el metaverso y en la calle. Lo veo en los destellos metálicos que aún recuerdan a los trajes espaciales de los sesenta y en las texturas vivas que se comportan como piel, mutando con la temperatura o la luz. Lo huelo en el aroma salino de las fibras de algas y en ese tacto frío del poliuretano que Iris van Herpen acaricia como si fuera seda. No es una predicción. Es la certeza de que vestimos el futuro, aunque nuestros pies sigan pisando aceras viejas.
La estética cyber, que antes parecía patrimonio exclusivo de portadas de ciencia ficción, hoy se cuela en el armario sin pedir permiso. GR10K lo demuestra con su mezcla descarada de jerséis cortos, cargo pants de nailon y camisas que parecen sacadas de un uniforme técnico del mañana. Y ahí está Andrew Mukamal, que viste a Margot Robbie para que Barbie respire storytelling en cada costura. O Dario Catellani, con su precisión casi quirúrgica para congelar en una imagen lo que ni siquiera hemos inventado todavía.
«El futuro no se imagina, se confecciona puntada a puntada».
En este universo, los textiles inteligentes ya no son rareza de laboratorio. Detectan, reaccionan, almacenan. Son interfaces vestibles. Stone Island juega con pigmentos termocrómicos que cambian de amarillo a naranja cuando sube el calor, como si la ropa nos guiñara un ojo cada vez que el cuerpo se agita. Y los biomateriales —algas, quitosano, fibras nacidas del mar y de los caparazones— prometen prendas que respiran, cuidan la piel y se comportan como organismos vivos. El proyecto VERDEINMED lo lleva al terreno práctico, inyectando biomimética en un sector que siempre supo mirar a la naturaleza para copiarle sus trucos.
Van Herpen, por su parte, juega en otra liga. Su impresión 3D no es un ejercicio de ciencia aplicada, es escultura portátil. Aquella novia brasileña que llevó un vestido suyo sabía que cargaba con 600 horas de diseño y 41 de impresión, pero también con siglos de tradición reinterpretada en polímeros transparentes. Ahora, la impresión 4D amenaza con convertir vestidos en flores mecánicas que se abren con la humedad y zapatos que se moldean al pie con el calor corporal.
«La moda es un lenguaje. El tejido, la gramática».
Garage Magazine sigue siendo altavoz de todo esto, acompañada por Neomania Magazine, que se atreve a cruzar moda con arte y tecnología sin pedir permiso a las normas. Y no es casual que esta estética dialogue tan bien con la ciencia ficción: ya en los sesenta, los diseñadores jugaban a vestir astronautas antes de que Neil Armstrong pisara la Luna. Lo que cambia hoy es la escala del mercado: un 23,5% de crecimiento anual proyectado en tejidos inteligentes hasta 2030, y biomateriales con potencial de expandirse un 60% en la próxima década.
Las marcas tradicionales también han entendido la jugada. Under Armour y Levi’s coquetean con e-textiles. CuteCircuit fabrica camisetas que abrazan a distancia. Mugler sigue deslumbrando con armaduras que parecen salidas de un cabaret interestelar. Y en paralelo, el metaverso abre un nuevo escaparate donde la gravedad y el coste de producción dejan de existir. The Fabricant y DressX venden vestidos que nunca han tocado un cuerpo físico, pero que viven en las pantallas con más realismo que la propia realidad.
Steven Klein, con sus contrastes dramáticos, marca un código visual que muchas marcas copian para vender esta promesa futurista. Porque la editorial de moda ya no es catálogo: es experiencia, narrativa, una invitación a vivir en un mundo paralelo aunque solo sea durante tres páginas brillantes.
Y mientras las previsiones para 2025 hablan de IA, IoT y personalización a escala —prendas que se imprimen bajo demanda siguiendo las curvas exactas de cada cliente—, hay algo profundamente humano que se mantiene. La fascinación por tocar, por sentir, por que el tejido cuente una historia. Ese pie que mantenemos en el pasado no es un freno, es un ancla que impide que el futurismo se vuelva frío o inalcanzable.
Así, el fashion futurista se instala como un presente continuo. Viste nuestra vida con prendas que respiran, cambian de color, aprenden. Nos obliga a preguntarnos si este mañana brillante y digital también sabrá conservar el misterio de un buen pliegue o el guiño secreto de una costura. Porque, al final, quizá la gran pregunta no sea cómo nos vestiremos en el futuro, sino quién seremos cuando nos vistamos con él.
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