Conocí a Stephen en mi último año en la universidad, donde leía filosofía e historia.
enero 2020
Nos conocimos en una velada social afro-caribeña, cuando aprecié que me miraba. Me aproximé a él y le pregunté si absolutamente nadie le había dicho que era grosero mirarlo. Parecía abochornado y se excusó. Afirmó que deseaba venir a saludarme mas que era un tanto tímido.
Últimamente me había separado de un novio de largo plazo y no buscaba implicarme con absolutamente nadie tan pronto, mas admití su convidación para ir al cine ese fin de semana. Aún recuerdo el nombre de la película que eligió: Joy of Sex.
Fue una gracieta imbécil mas atrayente sobre una joven que decide que precisa perder su virginidad por el hecho de que piensa que se muere de una enfermedad mortal.
Nos sentamos en la fila de atrás, donde Stephen no procuró abrazarme ni besarme. Compartimos una caja de palomitas de maíz, y toda vez que nuestras manos se tocaban sin caer en la cuenta, brincaba.
Tras la película, me sorprendió en el momento en que me invitó a regresar a sus excavaciones de estudiantes para ‘café’.
No había hecho un striptease ya antes, mas hice todo lo que resulta posible para imitar lo que creí que habría de ser. Lo procuré, verdaderamente lo hice. Mas proseguía yendo demasiado veloz, supuestamente.
“Más poco a poco”, afirmó con voz ronca.
“¿Qué le pasa a tu voz?”, Le pregunté. Sacudió la cabeza y me apuntó, señalando que deseaba que prosiguiera.
