La artistaría femenina que incomoda a la crítica perezosa

La artistaría femenina que incomoda a la crítica perezosa ¿Estamos listos para entender la artistaría femenina sin prejuicios?

Estamos en agosto de 2025, en un set de rodaje donde las luces todavía calientan más que el propio café. La ARTISTARÍA FEMENINA está en el centro de la escena, no como una etiqueta hueca sino como una fuerza creativa que incomoda, seduce y exige atención. Lo veo y lo escucho: la conversación sobre estas actrices y sus personajes no debería empezar por el vestuario —o la falta de él— sino por la densidad de lo que cuentan con cada gesto. Y, sin embargo, seguimos atrapados en el vicio de mirar antes que pensar.

Hace tiempo que lo noto: reducir a Sydney Sweeney o Alexa Demie a simples cuerpos en pantalla es una trampa cómoda, una excusa barata para no enfrentarse a lo que en realidad proponen. Porque detrás de la piel hay narrativas complejas que sangran de verdad, diálogos internos que no se escuchan en voz alta, miradas que llevan más peso que cualquier línea de guion. La intimidad intencionada no es un accidente ni un capricho visual, es un bisturí que corta justo donde duele.

«No hay nada más incómodo que un silencio bien puesto.»

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Origen: Why Reducing Sydney Sweeney to Nudity Misses the Point

cuando la intimidad se escribe con bisturí

En Euphoria, cada escena íntima es un mapa emocional. No es el clásico desnudo complaciente que Hollywood lleva un siglo empaquetando, sino una herramienta de diagnóstico: ahí está Cassie, buscando amor donde solo hay espejismos, exhibiendo su cuerpo como si fuera una carta de presentación para ser aceptada. Esa exposición —física y emocional— no es gratuita, es el corazón de la historia.

Aquí entran en juego los coordinadores de intimidad, figuras tan recientes que todavía hay quien los confunde con inspectores de decoro. Pero no, su trabajo no es poner freno sino coreografiar con precisión quirúrgica. Diseñan la escena como un baile: dónde mira la cámara, cuándo entra una mano, cómo se respira entre frases. El objetivo no es solo la seguridad física, sino permitir que el actor explore la vulnerabilidad emocional sin quedar atrapado en ella.

En España, la figura se ha consolidado gracias a la nueva regulación que obliga a contar con ellos en rodajes con escenas sexuales, como detalla 20 Minutos. Y el cambio no es menor: antes, lo que se resolvía “con confianza entre compañeros” podía convertirse en abuso o incomodidad. Ahora, cada contacto está pactado, cada respiración se ensaya, y lo que antes podía ser un momento de tensión fuera de cámara, se convierte en pura interpretación dentro de ella.


del objeto al sujeto que escribe su propia historia

Durante décadas, el cine trató a las mujeres como piezas decorativas: bellas, funcionales, prescindibles. Ahora, la artistaría femenina invierte el eje. No se trata de agradar a la mirada masculina, sino de hacerse cargo de la propia narrativa. Lo veo en el trabajo de directoras contemporáneas que han tomado las riendas de proyectos grandes y pequeños, cambiando no solo el qué se cuenta, sino el cómo.

En The Voyeurs, Sweeney interpreta a un personaje observado y manipulado, pero el punto de vista nunca es el del voyeur complacido: la cámara se convierte en un intruso, un depredador que incomoda. La escena desnuda más que cuerpos, desnuda la noción de control y consentimiento, y coloca al espectador en una posición incómoda. Es una apuesta arriesgada: la sexualidad con propósito incomoda más que la gratuita.

Y no es la única. En el cine europeo reciente, casos como el de Titane o La vie d’Adèle han demostrado que el cuerpo femenino puede ser el epicentro de una narración sin quedar reducido a fetiche. Lo que cambia es la perspectiva: la cámara ya no roba, participa.


la crítica que prefiere mirar para otro lado

Hay un tipo de crítica que, en lugar de analizar estas capas, se queda en la superficie y etiqueta la obra como “provocadora” o “sexual”, como si con eso bastara. No lo es. Cuando el análisis se reduce a lo visual, se pierden los matices del empoderamiento cinematográfico: la capacidad de una actriz de desafiar tropos, desmontar clichés y cargar sobre sus hombros una historia que exige verdad.

Sydney Sweeney lo dijo con claridad: cada vez que da un paso hacia un papel más serio, tiene que luchar contra la idea de que solo sirve para lucir bikini. No es una queja de diva; es la constatación de que la industria todavía no sabe manejar la fuerza de una mujer que decide qué mostrar y qué no, como denunció en una entrevista sobre el acoso mediático.

«No es valentía si no incomoda a alguien.»


un futuro escrito en narrativas complejas

Lo que viene en el cine no es menos arriesgado: narrativas no lineales, personajes que habitan zonas grises, escenas íntimas que son ensayos sobre identidad y trauma. La tecnología añade su capa: previsualizaciones en realidad virtual, ensayos con dobles digitales, ensayos coreografiados sin que los actores tengan que exponerse físicamente hasta el momento justo.

Y esto no es teoría. Proyectos recientes de cine independiente ya están probando la coordinación de intimidad digital, donde cada movimiento se pre-ensaya con modelos virtuales antes de grabar con los intérpretes reales. Así, cuando llega el momento, no hay improvisaciones incómodas ni límites cruzados.


resistencia cultural en clave de piel y palabra

He llegado a pensar que la verdadera fuerza de esta corriente está en su capacidad para resistir la simplificación. Las actrices y directoras que apuestan por la intimidad intencionada no solo están contando historias: están defendiendo un espacio para la complejidad emocional en un medio que todavía tiende a simplificarlo todo para que sea más fácil de vender.

En ese sentido, la artistaría femenina actual se parece a las olas largas del mar: a veces parece que no pasa nada, pero bajo la superficie se está moldeando todo el paisaje. En un mercado saturado de estímulos, ellas apuestan por la pausa, el detalle, la mirada que aguanta el plano más de lo que el espectador cómodo desearía.

«No se trata de enseñar más, sino de mostrar mejor.»

Lo fascinante es que esta apuesta no es solo estética, sino profundamente política en el sentido clásico: reclamar el derecho a contar la propia historia, incluso si incomoda.

 

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