la sombra de los deseos prohibidos: el caso de Pink Curtain

Pinku Eiga y la sombra de los deseos prohibidos: el caso de Pink Curtain (1982)

El cine japonés siempre ha tenido una fascinación peculiar por explorar lo que la sociedad prefiere dejar en las sombras. Los sentimientos reprimidos, las pasiones incómodas y los límites difusos de lo aceptable han sido temas recurrentes en la filmografía nipona, pero pocos géneros se han atrevido a mirarlos con la crudeza con la que lo hizo el pinku eiga. Entre las muchas joyas ocultas de este cine de bajo presupuesto y alta transgresión, Pink Curtain (1982) de Yasuaki Uegaki brilla con un tono que es a la vez provocador y profundamente melancólico.

 

El cine rosa japonés: más que erotismo barato

Si te menciono cine erótico, probablemente pienses en algo vulgar, un producto de consumo inmediato, hecho para el deleite sin contexto. Pero el pinku eiga japonés es otra cosa. Sí, tiene desnudos, sí, hay escenas íntimas (simuladas, por cierto), pero también hay historias sólidas, conflictos psicológicos y una exploración audaz de lo que significa ser humano en una sociedad que sofoca deseos y emociones.

Nacido en los años 60, el pinku eiga se convirtió en un refugio para cineastas que querían contar historias arriesgadas pero no encontraban espacio en la industria convencional. Si el cine de autor japonés era la orquesta de una sinfonía refinada, el pinku eiga era el saxofón de un bar lleno de humo y soledad.

Un drama rosa: ¿romanticismo o perversión?

En este contexto aparece Pink Curtain, un filme que, bajo la excusa de ser una película erótica, nos regala un drama que incomoda y deja una sensación de desasosiego. La historia sigue a Okuyama, un joven trabajador de supermercado que ha tenido mala suerte en el amor. Hasta aquí, todo normal. Pero entonces, la película introduce un giro que despierta todo tipo de emociones en el espectador: su hermana Noriko se muda con él y, en el reducido espacio del apartamento, surge una atracción que se tambalea entre lo prohibido y lo trágico.

La gran pregunta que plantea la película no es solo la del tabú evidente, sino algo más sutil: ¿qué hacemos con los sentimientos que no deberían existir?. Porque Okuyama no es un villano, ni un perverso manipulador. Es un hombre atrapado en su propia debilidad, en su incapacidad para gestionar lo que su mente y su cuerpo le dictan. Noriko, por otro lado, permanece ajena a esta tensión emocional, lo que añade una capa extra de dolor al relato.

Un cine que camina en la cuerda floja

El mayor mérito de Pink Curtain es su tratamiento del tema. Pudo haber sido un filme sensacionalista o una excusa barata para la provocación, pero en lugar de eso, nos encontramos con una historia contenida, casi minimalista, que nos hace testigos del dolor y la confusión de sus personajes. No hay glamour en el erotismo de la película. No hay una glorificación de la transgresión. Todo se siente real y, en cierto modo, trágicamente cotidiano.

Las actuaciones juegan un papel clave en esto. Jun Miho, en el papel de Noriko, ofrece una interpretación que va más allá de la sensualidad típica del género. Su Noriko es inocente sin ser infantil, fuerte sin ser fría, y sobre todo, completamente ajena al conflicto interno de su hermano. Es esto lo que hace que la historia sea aún más perturbadora: mientras él se ahoga en el océano de sus propias emociones, ella ni siquiera está consciente de la tormenta.

El legado oculto de Pink Curtain

Es curioso cómo el cine erótico japonés ha sido tanto un refugio como una trampa para sus directores. Algunos, como Kiyoshi Kurosawa (Cure), Takashi Miike (Audition) o Yojiro Takita (Okuribito), comenzaron en este género antes de dar el salto al cine convencional. Pero la mayoría quedaron atrapados en el anonimato de una industria que los usaba para producir películas a bajo costo y alto rendimiento. Yasuaki Uegaki, el director de Pink Curtain, pertenece a esta segunda categoría. Su filmografía, al igual que la de muchos de sus colegas en el pinku eiga, quedó enterrada en la memoria de cinéfilos obsesivos y coleccionistas de rarezas.

A pesar de ello, Pink Curtain sigue siendo un ejemplo claro de cómo el pinku eiga no solo servía para excitar al público, sino para explorar lo que el cine convencional no se atrevía a tocar. Quizás por eso estas películas han envejecido mejor de lo que cualquiera hubiera esperado. Mientras que el erotismo gratuito suele volverse risible con los años, las historias que se atreven a mirar dentro de la fragilidad humana permanecen.

“El deseo es un animal sin jaula”

Si algo nos deja Pink Curtain, es una sensación de incomodidad que persiste mucho después de los créditos finales. No nos escandaliza con golpes bajos, sino que nos confronta con una pregunta que es universal: ¿qué hacemos con los sentimientos que no deberían existir?. Es una película que no busca respuestas, solo pone un espejo frente al espectador y le pregunta, sin juicios, sin adornos: ¿y tú qué harías?

En un mundo donde cada vez queremos encasillar más lo correcto y lo incorrecto, películas como Pink Curtain nos recuerdan que la naturaleza humana es, ante todo, caótica, contradictoria y llena de rincones oscuros. Y quizá, después de todo, sea esa la verdadera esencia del pinku eiga: no contar historias perfectas, sino mostrar las grietas en lo que creemos entender.

Entonces, la pregunta sigue en el aire: ¿qué harías si un deseo prohibido llamara a tu puerta?

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